El Bosco, precursor del psicoanálisis
En 1937, el historiador de arte Charles de Tolnay publicó su monografía sobre El
Bosco. Escribe que en El Jardín de las delicias, el pintor «no solo se contenta en recurrir
a la tradición plástica y literaria, ni a su propia imaginación, sino que como precursor
del psicoanálisis, utiliza su penetración psicológica para sacar de su memoria y de su
experiencia los elementos de estos símbolos de los sueños, cuyo alcance es tan vasto
como el género humano.» El Jardín de las delicias es sin duda la pintura de El Bosco
que revela con más lucidez las consideraciones de aquel tiempo sobre la sexualidad.
Esta bulliciosa exposición de desnudos en movimiento sería la apoteosis de la
sensualidad pecaminosa, la antesala del Infierno (un fraile escribió en el siglo XVII que
tales parejas no podían más que convencer mejor a las almas para evitar su condena). En
España el cuadro había sido titulado La Lujuria. En las escenas que El Bosco nos
propone, se puede descubrir todo lo que evoca el nombre de «anomalía», como el
sadismo, sadomasoquismo, pederastia, etc. El Bosco traza un cuadro impresionante de
deseos reprimidos. Desde entonces, la mirada de los autores, o la del público, es atraída
por todos los detalles que, en una profusión de escenas bosconianas, se prestan a una
lectura freudiana. El tríptico es explotado como una fuente inagotable de lecturas e
interpretaciones psicoanalíticas. Esta forma de método es legítima como otros métodos,
por ejemplo las investigaciones históricas o las comparaciones estilísticas.
El Diablo y el Infierno en el universo de El Bosco
Para Jérôme Bosch y sus contemporáneos, el diablo era una realidad cotidiana, por no
decir permanente. Morir teniendo sobre la conciencia un pecado mortal no confesado,
era perder el cielo para siempre. El diablo y el infierno eran la perspectiva escatológica
de cada individuo y de toda la sociedad. Los sermones de Santiago de la Vorágine
habían sido publicados en un neerlandés aproximativo, es decir medio latinizado, en
Zwolle, en 1489. La visión de Vorágine sobre la actividad de los demonios es la
siguiente: «Sabed que los demonios que dominan el mundo son cuatro: Lucifer,
Asmodeo, Mammon que simboliza la riqueza y Belcebú. Lucifer es el príncipe del
orgullo. Los que alardean de su rango social, de su belleza física, de su poder, de sus
conocimientos y de su riqueza heredarán de Lucifer los suplicios eternos del infierno.
Asmodeo reina sobre la lujuria; aborrece la pureza, adora el adulterio y la fornicación.
Sus hijos, aquellos y aquellas que viven en el adulterio y en el pecado carnal son muy
numerosos; también serán condenados. Mammon reina sobre la avaricia. Por este vicio,
el hombre prefiere los bienes terrestres antes que a Dios; no se preocupa mucho del
modo de enriquecerse: préstamo con usura, robo, artimañas o violencia con el fin de
quitar a las pobres lo poco que poseen. Belcebú es el señor de la cólera y del odio;
gestiona la mala voluntad y los malos deseos. Todos los pecadores que han sucumbido a
las tentaciones de estos cuatro príncipes del mal serán condenados.» Por otra parte, el
diablo siempre aparecía en los espectáculos burlescos y las parodias. El pueblo se reía
del diablo. Como el niño, que en la oscuridad se pone a silbar o a cantar para vencer su
miedo. La vehemencia con la cual los predicadores y los autores de tratados morales se
dirigían a su audiencia y a sus lectores ya no es de nuestra época. Su discurso arcaico
lleno de sofismos y de nimiedades exaspera. Pero si hoy en día los predicadores y los
autores de esta época aburren, El Bosco siempre nos fascina.
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